Testimonio cedido a Despacho Pro familia
En la Universidad, con un pretendido intelectualismo, me consideraba en la avanzada del pensamiento liberal modernista, desde el cual todo criterio de vida se replanteaba desde las “recién descubiertas” prominentes verdades sobre la libertad humana, para fincar ahí la verdadera dignidad de la persona.
Dicho descubrimiento nos liberaba de lo que llamábamos “viejos atavismos”, haciendo lícito para nosotros seguir nuestros impulsos, sintiéndonos libres como el viento, un viento que arrastraba sin llegar a más destino que el vivir el aquí y el ahora. Para ello vaciamos las palabras de su verdadero significado y les dimos otro, acorde a la “nueva realidad”.
Pensando así, mi novio y yo decidimos vivir juntos en lo que llamamos un “matrimonio a prueba” el cual, según nosotros, nos creaba la posibilidad de un auténtico compromiso en un ámbito de mayor libertad, lo que supuestamente correspondía a nuestra verdadera naturaleza.
Creyendo romper caducos paradigmas, palabras como: matrimonio, amor, autenticidad, madurez, naturaleza, compromiso, libertad… nos seducían con otro significado.
Hoy entiendo que el verdadero propósito no era otra cosa que eludir el auténtico compromiso de la entrega por amor en un verdadero matrimonio, una verdad que no tenía cabida en nuestras consciencias. Así que rentamos un piso, y sin decírnoslo, cada quien se posicionó en una actitud que bien se podía traducir en pensamientos y sentimientos como:
“Yo provisionalmente contigo, pero para mí y solo conmigo”
“Tú provisionalmente conmigo, pero para ti y sin mi”
“Nosotros, provisionalmente con nosotros, pero cada uno consigo mismo y sin el otro”
Lo que sucedió en realidad es que en dicha unión tratábamos de resolver necesidades recíprocas solo como un asunto de deseos sexuales, emociones, afectos, juicios valorativos… soledad. Nos complacíamos en las cosas que son de la persona, pero que no son la persona, por lo tanto de esa complacencia egoísta no podía nacer el amor personal en donde podemos ser amados irrestrictamente solo por ser nosotros mismos en cuanto personas.
Así las cosas, el mío no fue un embarazado deseado, no podía ser de otra manera.
Se me propuso abortar, pero ni por un instante admití la idea. En cambio, reaccioné tratando de convertir aquel piso en un hogar que fomentara el compartir una intimidad que verdaderamente uniera dos almas.Empecé a cambiar en actitudes como: en vez de comprar comida hecha aprendí a cocinar; puse acogedoras cortinas; me esmeré en la decoración, pulcritud y tantos detalles a los que había vivido insensible. Sobre todo, me esforcé en tratar a mi pareja con verdadero amor de esposa, deseando verdaderamente conquistarlo. Pero me rehuyó cuando más lo necesitaba.
Se enfadó, se sintió traicionado. Me apoyó un poco con escasa comunicación mientras nacía mi hija, luego desapareció para siempre. Lo último que me dijo es que él no me había engañado, que me había engañado sola… Fue quizá la única verdad que le escuché decir sobre nuestra relación.
Si hubiera estado formada en la verdad que hoy acepto, otra hubiera sido mi historia. Ya no me aferro al falso significado de las palabras para justificarme, ni acepto el hecho de haber tenido una hija a cualquier precio, sobre todo pasando por encima del sublime derecho de ella al amor individual de ambos padres hacia su persona; así como tocar, sentir y disfrutar del amor que debería existir entre ellos mismos, ese al cual el hijo debe la vida… No fue así, y estoy en una deuda de justicia impagable con mi hija.
La verdad fue que nuestro “matrimonio a prueba” solo sirvió para demostrar que pudo ser cualquier cosa menos matrimonio. Fue un concepto al que vaciamos de su verdadero significado para malamente encajar otros como: autenticidad, madurez, naturaleza, compromiso, libertad.
Comprendo ahora que la unión entre varón y mujer solo se hace plena y total por el compromiso.
He podido constatar que el compromiso es el acto de la voluntad que compromete la libertad asumiendo el futuro posible en su plenitud y totalidad, entregándolo al otro en cuanto varón o mujer y por lo tanto, abierto a la vida. A partir de ese momento, la vida matrimonial es el cumplimiento del compromiso adquirido.
Todo aquello sólo sirvió para que usáramos mal nuestra libertad, porque es el hombre el que asume lo natural, como asume también las circunstancias, o el que se rebela contra ello, en una tan lacerante como inútil actitud de no aceptación.
Me aseguraré de que mi hija lo entienda y haga de su vida un auténtico proyecto de amor.
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