El 12 de octubre de 1492 las tres carabelas capitaneadas por Cristóbal Colón llegaron a una isla del continente americano, Guanahani, y a su regreso dio a conocer por primera vez en Europa la existencia de un Nuevo Mundo.
Constituye uno de los momentos fundamentales de la historia universal y representa el encuentro de dos mundos que habían evolucionado independientemente desde el origen de la humanidad, lo cual cambió el rumbo de la historia.
Cristóbal Colón, por mandato de los reyes Isabel y Fernando de Castilla y Aragón, partió del Puerto de Palos dos meses y nueve días antes y logró cruzar el Océano Atlántico aprovechando los vientos alisos y contralisos.
En los siglos posteriores España, Portugal y en menor medida Inglaterra, Francia y otras potencias europeas compitieron por la exploración, conquista y colonización del continente americano, resultando en el nacimiento de nuevos pueblos, culturas y estados.
Si bien otros europeos llegaron antes, como los vikingos en el siglo X, cuando se habla del descubrimiento de América se entiende el iniciado por España y la posterior colonización. Muchos prefieren también llamarlo como el encuentro de dos mundos.
San Juan Pablo II en un discurso del 14 de mayo de 1992 señaló:
“Como Sucesor de Pedro, deseo proclamar hoy delante de ustedes que la historia está dirigida por Dios. Por ello, los diversos «eventos» pueden convertirse en «oportunidades salvíficas» (kairós), cuando en el curso de los siglos Dios se hace presente de un modo especial”.
“Ante los nuevos horizontes que se abrieron el 12 de octubre de 1492, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador (Cf. Mt 28, 19), sintió el deber perentorio de implantar la Cruz de Cristo en las nuevas tierras y de predicar el Mensaje evangélico a sus moradores. Esto, lejos de ser una opción aventurada o un cálculo de conveniencia, fue la razón del comienzo y desarrollo de la Evangelización del Nuevo Mundo”.
“Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, «luces y sombras», pero «más luces que sombras» (Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 8), a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal. Lo que celebramos este año es precisamente el nacimiento de esta espléndida realidad: la llegada de la fe a través de la proclamación y difusión del Mensaje evangélico en el Continente”.
“Y lo celebramos « en el sentido más profundo y teológico del término: como se celebra a Jesucristo (…) el primero y más grande Evangelizador, ya que El mismo es el ‘Evangelio de Dios’»”.
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