jueves, 26 de mayo de 2016

¿Qué puede enseñar la advocación: «Santa María, ama de casa» a los maridos perezosos?




María Belén Andrada, catholic-link
 ¿Sabías que existe una advocación mariana especial para las amas de casa? ¡Pues la hay! Recientemente, en mi país (Paraguay), se bendijo la imagen la Virgen Ama de Casa, la cual ahora se encuentra en la Catedral de Asunción. Me pareció una buena idea que miremos – y tomemos como ejemplo – a María que, como Madre de Dios, hizo del hogar de Nazaret eso: un hogar. Y si no solo que la miremos como ejemplo las mujeres, sino también los esposos que quieren hacer familia. 
Acá va lo que nos puede enseñar:

1. A recobrar el sentido de hacer familia

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Primero quiero recordar que el trabajo –profesional o el del hogar– no es un fin en sí mismo. Por tanto, es necesario poner amor en cada actividad que se desempeña, para que las tareas del hogar se conviertan en un servicio a la familia. Suena tan obvio, pero es una verdad tan nublada, tan olvidada… ¡y es imprescindible! Porque, si no se lo tiene en cuenta, es fácil dejarse abrumar por el cansancio, el desgano, el rechazo al sacrificio.
Pasa que en la actualidad se ha perdido en gran medida el sentido de familia. Como consecuencia, también los hogares se ven lastimados. Refrescando la mirada, redescubriendo el significado del don de sí, de la entrega, de la fidelidad en los detalles, de la plenitud del amor, la educación en virtudes y el crecimiento y desarrollo de las familias como Iglesia doméstica que son, también cambia la óptica con la que vemos el trabajo del hogar y entendemos lo valioso que es.
«El corazón es tan voraz como el estómago; cuando no se le da un verdadero amor se llena de cualquier cosa» (Francisco Fernández Carvajal, La tibieza).

2. A valorar y dignificar el trabajo de la mujer

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Hoy, mientras se busca ensalzar el rol de la mujer en la sociedad, generalmente se citan como ejemplos a las que ocupan cargos de alta gerencia o directivos. No digo que sea un error, porque si la vocación de una la lleva a esos puestos y los desempeña cara a Dios, puede hacerlos muy bien y hacerse muy santa. Pero, me pregunto, mientras se analiza el papel que desempeña la mujer bajo un criterio así … ¿qué importancia se da a las que han decidido ser amas de casa?
¿Son menos las que han decidido quedarse en sus hogares? ¿Se valoran poco, por dejar de lado otras aspiraciones nobles? Nada más falso. No importa la tarea que se realice, sino el amor con el que se lleve a cabo. De esta manera, no hay trabajos más importantes; lo importante es si lo que se hace nos ayuda a amar mejor a Dios y a los demás, es decir, si nos acerca a la santidad.  Por tanto… ¡hay que valorar más las tareas del hogar!
Volvamos de nuevo la mirada a la Santísima Virgen, a la cual la revista National Geographic el año pasado llamó «la mujer más poderosa». No lo hizo porque ella ostentara un aparatoso curriculum profesional, pero sin ser CEO de ninguna corporación y cuidando de la casita de Nazaret, se cumplió lo que preveía cuando recitó el Magníficat: «me llamarán bienaventurada todas las generaciones».

3. A ser serviciales (¡porque lo son bien poco!)

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Cuando el ángel transmitió su embajada a la Santísima Virgen, sin tiempo para asimilar esa gran noticia, «salió corriendo» hacia la casa de su prima. ¡Qué gesto más maternal! De la misma manera, podemos verla atendiendo las necesidades de los novios en Caná, como ama de casa atenta y como madre que se preocupa del bienestar de todos.
Pero aunque tenemos la gracia de toparnos con ejemplos como estos, podemos contemplar en la oración los múltiples detalles de la vida de María, que no encontraremos en los Evangelios, que han permanecido en silencio, ocultos, pero que podemos vislumbrar (¡porque es lógico que así haya ocurrido!). Por ejemplo, preparando las comidas para el Niño Jesús y San José, manteniendo arreglado y bien dispuesto cada rincón de la casa de Nazaret, buscando agua del pozo, remendando túnicas…
Muchas veces el día a día de las amas de casa tienen lugar de la misma manera: pasan ocultos. Quizás llegan los hijos, acostumbrados a que la comida esté sobre la mesa, o el marido no se sorprende de encontrar una camisa planchada. En estos casos, cuando los deberes son tantos y el reconocimiento escaso, se puede acudir a Ella y preguntarle «¿cómo lo hiciste…?». Y procurar imitarla. Sobre todo su sonrisa, que seguro era imborrable mientras desarrollaba estos quehaceres.
«María debe ser la fuente de nuestra alegría; ella, que fue la maestra en el servicio gozoso a los demás. La alegría era su fuerza, ya que sólo la alegría de saber que tenía a Jesús en su seno podía hacerla ir a las montañas para hacer el trabajo de una sierva en casa de su prima Isabel» (Madre Teresa).

4. A llevar con paz una tarea titánica

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Puedo ver a muchas madres de familia llevar con entereza y serenidad una labor que parecería desesperante. ¿Nunca se desesperan? Tampoco es eso, pues, aunque se ponga amor en lo que uno hace, eso no quita lo que algunas veces puede doler; uno puede aceptar e identificarse con lo que entiende que es bueno, con lo que ve que es lo mejor, con lo que sabe que es Voluntad de Dios, y aun así tener que beberse las lágrimas. Las madres han sabido hacerlo. La mismísima Madre de Dios lo hizo: «una espada atravesará tu corazón», profetizó a la Santísima Virgen el anciano Simeón. Y ocurrió, mientras observaba a su Hijo, solo, desnudo, abandonado por sus amigos, sufriente en la más humillante muerte. Pero no desesperó, sino que se unió a la Voluntad de Dios y siguió acompañando de cerca a Jesús, junto a la cruz.
¿Cuántas madres no hacen lo mismo? Conozco casos heroicos, donde uno parece ya no ver salida y la respuesta humana más lógica es perder la paz. Para estos casos, mi mamá una vez me dijo algo similar a que Dios no nos pide más de lo que podemos darle. Esta confianza, ¿de dónde viene?
Si se permanece cerca de Dios, como Santa María que estuvo junto a Jesús, al pie de la Cruz, si se procura mantener el corazón limpio– limpio de desalientos, de incredulidades, de afanes desordenados–, como hizo Ella, que lo tenía repleto de un verdadero Amor, se repetirán las palabras que dijo San Pablo a los filipenses:
«regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos; sino sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».

5. A pedir consejo

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A la hora de bendecir la imagen de la Virgen Ama de Casa, el arzobispo emérito de Asunción recordó que María se encuentra permanentemente en los hogares y protege a sus miembros. Con estas palabras, apremió a todos que acudamos a Ella, desde su advocación como Ama de Casa, para que siga teniendo protagonismo en los hogares cristianos y que estos busquen a Dios.
Cuando se es madre o padre primerizo ¡cuántas veces llamamos a nuestra mamá! cada cinco minutos para preguntar qué hacer, cómo, a qué hora, cada cuánto… hasta que se equivoca, aprende y gana experiencia. De la misma manera, hay que ver en María una gran aliada.¡También es Madre de ellas, también sacó adelante un hogar! Además, si los consejos de las madres son buenos… ¡qué consejo y qué ayuda, los que nos da nuestra Madre del Cielo! Por lo tanto, nuestra Madre del Cielo es ayuda no solo para las madres, sino para todos los miembros de la familia que quieren hacer de ella, un hogar lleno de amor.

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