lunes, 2 de diciembre de 2019

¿Es educativo castigar a los hijos?

¿Debemos regañar o castigar a nuestros hijos, nietos o adolescentes?
SMUTNY CHŁOPIEC

En la vida, una de las cosas más difíciles de aceptar, especialmente cuando uno es joven, son los castigos y sanciones. A nadie le gusta ser regañado, apercibido, amonestado o castigado. Hay algo indignante en ser castigado por lo que has hecho. 
Siempre encontramos circunstancias atenuantes. Nos gustaría tener derecho a cometer errores. Queremos salirnos con la nuestra. A medida que avanzamos en la vida, nos damos cuenta de que el camino está lleno de sanciones. Hay algunas recompensas, pero sobre todo hay muchas reprimendas y castigos.

Responsabilidad y consecuencias

En primer lugar, nos enfrentamos a las consecuencias inevitables de nuestras acciones. Sabemos que conducir bajo los efectos del alcohol o conducir haciendo el imbécil puede resultar en un accidente y provocar los peores desastres.
La sanción no viene de los hombres, sino de la realidad en si misma. Soñar con un mundo en el que se pueda hacer cualquier cosa sin consecuencias es parte de la ilusión que mantienen todas las formas de ficción que hacen que los sueños parezcan reales.
Más allá de la realidad que impone su dura ley, nos encontramos con los imperativos de la convivencia. Precisamente porque no estamos solos en la tierra, es que necesitamos códigos de “buena conducta”.
El Código de Circulación, por ejemplo, permite que un gran número de personas se desplacen juntas. El incumplimiento de esta norma expone a dos tipos de sanciones: un accidente y un acta. Todas las leyes están hechas para permitir que la gente viva en sociedad. El incumplimiento de las mismas conllevará la imposición de sanciones. Pero hay otro ámbito en el que las sanciones son difíciles de aceptar: el de la conciencia moral.
Algunos dirán que no ven por qué deben establecer normas o imponerse obligaciones que van en contra de lo que quieren hacer. No entienden por qué no deben satisfacer sus necesidades, sus pasiones, incluso sus impulsos. ¿No es ese el gran problema con la educación?
¿Deben los padres sancionar a sus hijos cuando no hacen lo que deben hacer (trabajar en la escuela, respetar a los demás) o cuando hacen lo que no deben (mentir, robar)? De ahí la pregunta: ¿Debe la educación incluir sanciones?



¿Qué dice la Biblia sobre los castigos?

Conocemos el proverbio: “El que ama castiga”. Sugiere que es por amor que los padres castigan a sus hijos. Y por otro lado, entendemos que el que no castiga no ama realmente. Renuncia a sus obligaciones. En la Biblia hay varias frases que recuerdan a los padres que si aman realmente a sus hijos, deben castigarlos mientras sea posible.
Para la Biblia, castigar a tu hijo si se lo merece es criarlo. Eso sí, valora el tipo de castigo que merece el niño, según su personalidad y edad. Eso sí, una puntualización, en ningún caso estamos hablando de maltrato psicológico ni físico.
Un niño bien educado es la alegría de sus padres. Entendámoslo bien: criar a tu hijo significa ayudarle a crecer, a ser libre y a lograr la mejor versión de sí mismo.
Criar a un hijo no es adularlo para que se crea que siempre tiene la razón o abandonarle y dejarle hacer para que se pierda. Por el contrario, se trata de tener la confianza suficiente en él mismo como para exigirle que se supere un poquito cada día.
Si lo hace bien, debe ser recompensado (que es algo distinto que mimarlo) y si lo hace mal, debe ser castigado (que es algo distinto que humillarlo).
Sí, soportar un castigo justo no es fácil, los niños necesitan saber que no es tan fácil de castigar. Se necesita valor y determinación. Requiere un gran sentido de justicia y amor verdadero.
Castigar perdonando al mismo tiempo y mantenerse firme cuando quieres hacer borrón y cuenta nueva requiere más amor y abnegación de lo que piensas cuando eres un niño. En muchos casos, los adultos estarían tentados de cerrar los ojos, dejar pasar y no decir nada. Entonces todos estarían contentos. Pero las primeras víctimas de esta renuncia serían los propios niños.


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Ulza - Shutterstock

¿Una sociedad sin sanciones?

Algunos jóvenes se dan cuenta de que si no hubiera exámenes, ni desafíos, ni pruebas que superar, no progresarían. Siempre que sean justas, las sanciones tienen sentido para ellos y son aceptadas en la medida de lo posible.
Pero otros piden que se les permita vivir su vida y hacer lo que quieran, hasta que se den cuenta de lo que les conviene o no les conviene. Estas personas no soportan la idea de sanciones. Cualquier obstáculo que se interponga en su camino constituye una violación de su libertad. Sienten que pueden controlarse. Esta opinión es compartida a menudo por los adultos.
Una sociedad sin sanciones parece ser para muchos una sociedad ideal. Pero si examinamos detenidamente esta cuestión, no podemos escondernos porque la vida nos recuerda que cada uno cosechará lo que ha sembrado. Los adultos que se preocupan por sus hijos se comprometerán a ayudarlos a tener éxito en sus vidas. Esto no es posible sin limitaciones. Y los niños, convertidos en adultos y padres, darán gracias a sus mayores por haberles ayudado a ser dueños de sí mismos y, en última instancia, por haberles dado… la libertad.
Alain Quilici Edifa, Aleteia


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