martes, 10 de septiembre de 2019

¿Qué hacer cuando ya no reconoces a tu adolescente?

Reservado, callado, escurridizo, a veces violento, agresivo… Algunos padres ya no reconocen a su hijo en el adolescente que vive bajo su techo pero con el que no consiguen comunicarse. El sacerdote Joël Pralong, superior del seminario de Sion (Suiza) y autor de un libro sobre cómo amar a la familia tal y como es (“Aimer sa famille comme elle est”, editorial Béatitudes, diciembre 2018), nos da algunos consejos para restablecer el contacto.

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En el adolescente, las emociones ocupan más espacio que la razón. Es hipersensible, irritable, más vulnerable que antes. Su humor oscila entre arrebatos de melancolía y flechazos fugaces, cabreos repentinos y peticiones de afecto que vienen tan rápido como se van, dependiendo del día… Poco a poco, si el adolescente sigue sintiendo de cerca vuestro amor, aprenderá a dominar su cabalgadura y a no dejarse llevar cuando se encabrite.
Como un pequeño pájaro protegido durante mucho tiempo en el nido de los progenitores, el adolescente quiere volar de repente con sus propias alas, aunque sigue siendo frágil. En el fondo, sabe que necesita de vosotros y de vuestros consejos.

Antes hablaba como una cotorra y ahora se ha vuelto muy callado

Algunos jóvenes pueden volverse de repente muy reservados. Nos preguntamos qué estarán haciendo, en qué piensan, qué quieren… Pero nunca responden a las preguntas. ¿Qué hacer, entonces, aparte de suplicarles o sermonearles? Para empezar, no le planteen a su adolescente preguntas importantes sobre su vida, no le hagan discursos, por provechosos que sean para su aprendizaje, porque así lo bloquearán más. Y no les dirá nada.
Infórmense lo mejor posible sobre su vida y sus relaciones, pero con discreción. Asuman que la iniciativa del diálogo vendrá siempre de él o ella, cuando lo tenga decidido, y eso será en los momentos que menos esperen: cuando vayan tarde a algún sitio y no tengan tiempo, cuando estén cansados, antes de acostarse, cuando estén enganchados a su serie preferida, etc. Así son los adolescentes, ¡funcionan según sople el viento en ese momento! Hay que saber pillar los balones al vuelo…

Antes era manso como un corderito, ¡pero ahora está de un agresivo!

Es común que un adolescente rechace la autoridad de sus padres, que se sienta oprimido en la familia, que diga que se le prohíben demasiadas cosas y que, por eso, pueda volverse agresivo o violento incluso.
Un día pregunté a un grupo de adolescentes de 14 años: “Y si sus padres decidieran un día suspender todas las reglas, ¿saltarían de alegría?”. Respuesta: “¡De eso nada! ¡Tendríamos la impresión de que no les importamos, de que ya no nos quieren!”.
Pueden estar seguros de que las reglas son una muestra de amor. Pero su adolescente no lo confesará nunca. No bajen nunca la cadencia, sean un muro de amor contra el que él o ella pueda fortalecer su voluntad y encontrar algún día su independencia. Para el adolescente, enfrentarse significa cimentarse.
Sobre todo, sean claros en las sanciones y, luego, ¡manténganse firmes! Sus arrebatos de cólera estructuran su personalidad: así ve que existe, se afirma y se percibe como un interlocutor válido frente a alguien. Pone a prueba sus límites y los de ustedes. Si aflojan la cuerda, él intentará tirar aún más fuerte. Sin una referencia sólida enfrente, el adolescente no podrá desarrollar el autocontrol, buscará confrontación con todo el mundo y eso puede volverse peligroso.
Sin embargo, nunca hay que aceptar la violencia, el adolescente debe respetarles. En ese caso, es su deber imponer un castigo severo, pero no sin antes dejar pasar la tormenta, no hay que entrar en una competición de quién grita más fuerte. Los límites y la oposición son vitales por dos razones: primero, confortan al joven demostrándole que no está dejado a su suerte, que no le han abandonado; también, le protegen de una escalada pasional que tarde o temprano terminará por romperle.
Me acuerdo de ese grupo de adolescentes reunidos en mi casa una tarde, quejándose de sus padres por las prohibiciones que les ponían. Cédric, de 15 años, no decía nada. Al final, lleno de tristeza, les espetó: “¡Si supierais la suerte que tenéis de tener unos padres que os prohíban cosas! Los míos me dejan hacer lo que quiero porque nunca tienen tiempo para mí… No existo en la familia”. Y se hizo un gran silencio en el grupo…
Joël Pralong, Aleteia

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