domingo, 21 de julio de 2019

Saltando obstáculos hacia el sacerdocio: familia separada y presiones, pero la fe su abuela pudo más


Ngcebo Gift Mzobe, de la diócesis de Eshowe en Sudáfrica, se forma en Roma gracias a una beca de CARF

Ngcebo Gift Mzobe es un joven sudafricano de 26 años. Creció en una familia en la que sus padres no estaban casados, y vivían separados por lo que fue su abuela, una católica muy devota, la que le crió y le transmitió la fe.
Mientras se despertaba en él una vocación al sacerdocio gracias a su etapa como monaguillo y el contacto con algunos buenos sacerdotes tuvo que enfrentarse a serias dificultades familiares y culturales. Al ser el primogénito de sus hermanos tenía que ser él el que sacara a su familia adelante, perpetuara el apellido y formara una familia. Pero esto era incompatible con lo que ansiaba su corazón.
Finalmente, pudo resistir todo esto y gracias a la perseverancia de su abuela ha podido cumplir su sueño e ingresar en el seminario. De hecho, su obispo le envió a Roma a seguir formándose gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación), un regalo que nunca hubiera imaginado. Esta es su historia completa contada en primera persona:
Mi historia de vocación
Mi nombre es Ngcebo Gift Mzobe, de la diócesis de Eshowe en Sudáfrica. Nací el 26 de enero de 1993. Vengo de una familia de siete hijos, 3 niñas y 4 niños, siendo yo el mayor de ellos. Mis padres nunca se casaron, así que decidieron dejarme crecer con mi familia paterna, que, por mi suerte, es católica y de ahí es de donde obtuve la fe. Mis padres son los dos cristianos, pero solo mi padre era católico, ya que mi madre pertenece a la Iglesia evangélica. Como crecí en la casa de mi padre, mi abuela fue la que me enseñó todo lo que sé sobre la fe, ella fue quien introdujo el amor a la Iglesia en mi corazón, al "forzarnos" a nosotros (los niños de la casa) a ir a misa todos los domingos. Mi padre nunca estuvo cerca de mí, así que fue mi abuela la que siempre estuvo allí para ayudarnos.
Mzobe
En el año 2001, le pedí permiso a mi abuela para ser monaguillo, al ver al sacerdote celebrando la misa y a todos los otros chicos con él, así que yo también quise ser uno de ellos. Entonces, cuando se lo pedí a mi abuela, ella estuvo de acuerdo y serví durante nueve hermosos años. Fue durante este período que descubrí la vocación al sacerdocio. Esta vocación fue encendida por Dios a través del Padre Mthanti, quien fue mi párroco hasta 2005, y al Padre Mkhize, quien le sucedió. Ambos me mostraron lo que realmente es el sacerdocio, una vida de servicio, caridad y Providencia. Gracias a ellos pude concretar mi vocación.
Siendo el primer hijo nacido de mi familia, tradicionalmente tenía ciertas responsabilidades: por ejemplo, era mi responsabilidad seguir con el nombre de la familia, lo que significa que tenía que crecer, casarme y tener una familia. Esto fue preocupante cuando descubrí mi amor al sacerdocio. Fue en 2008 cuando comencé a asistir a los talleres vocacionales. Como tenía mucho miedo de contarle a mi padre sobre el asunto, tuve que asistir a los talleres en secreto porque estaba claro que mi padre no apoyaba la idea.
En abril de 2009, después de una breve enfermedad, mi padre murió. Su muerte me presionó mucho porque, como era el mayor, tenía que asumir la responsabilidad de ser el "hombre" de la casa (en nuestra tradición, el hombre vivo más viejo se convierte en el jefe) y con esta responsabilidad tuve que poner mi planes vocacionales en espera. Continué con los talleres vocacionales, pero decidí que terminaría la escuela y trabajaría un poco. Poco sabía que el fuego era tan inmenso que no podría apagarlo.
Después de terminar el College, donde estudié Química, trabajé durante un año tratando de ayudar a la familia, pero durante ese año me di cuenta de que no era feliz y que nunca iba a ser feliz a menos que siguiera mi corazón. En 2012, pues, tomé la decisión de seguir mi corazón y de escribir una carta al obispo para que me aceptaran en el seminario. Cuando el obispo respondió con un sí, vino el verdadero desafío, que era decírselo a mi familia. La primera persona a la que se lo conté fue a mi abuela, que había estado allí conmigo todo el tiempo. Estaba sorprendida, pero como esperaba, ella me apoyó mucho. Ella fue quien realmente convenció a mi madre sobre el tema, ya que ella no entendía todo ese asunto del "sacerdocio". Gracias a ella pude ir al seminario con un corazón libre ya que ella me dio su bendición abiertamente.
En 2013 entré al seminario en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, estuve allí durante un año y en 2015 mi obispo me envió a Roma para comenzar mis estudios filosóficos. Me alegró mucho recibir la noticia de que me enviaran a Roma, ya que ahí es donde realmente podemos sentir la catolicidad de la Iglesia y es el sueño de todo católico visitar Roma. Yo, además, iba a vivir allí, así que me dije a mi mismo: ¡Wow, qué bendición!
Comencé mis estudios de Filosofía, lo cual fue un gran desafío principalmente por el idioma, ya que en casa hablamos zulú, en la escuela estudié en inglés y ahora tenía que estudiar en italiano… No fue fácil, pero Dios estaba conmigo. ¡Y lo logré! Después de la Filosofía comencé la Teología. En mi primer año de teología, en 2018, recibí la triste noticia del fallecimiento de mi abuela. Esto me rompió el corazón, porque cada vez que pensaba en la ordenación, ella era la que creía que iba a estar a mi lado, animándome y manteniéndome fuerte. Y había llegado el tiempo de despedirme de aquel sueño, como también de mi niñez. Pero la esperanza de que ella esté cerca de Dios, me hace seguir porque sé que ella está orando por mí.

Hasta ahora, sigo estando muy contento en el seminario, y todo gracias a nuestros ángeles guardianes, mis benefactores del CARF, que nos permiten estudiar para servir a Dios como sacerdotes. Espero y oro para que con la ayuda de Dios, me convierta en un santo sacerdote. Entiendo los sacrificios que a veces los bienhechores tienen que hacer para que podamos obtener la oportunidad que nos brindan. Estamos muy agradecidos y ninguna palabra puede expresar nuestra gratitud. Lo único que podemos hacer es prometerles todas nuestras oraciones y nuestro amor. Siempre rezo para que Dios los bendiga y, sobre todo, que les pague con felicidad eterna.


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