martes, 11 de abril de 2017

¿Cómo rezar por los que me hicieron sentir que no valgo nada?

Una oración por todos los que agreden a otras personas

oración por todos los que agreden a otras personas



 Sergio Argüello Vences, aleteia
Desde hace unos días he tenido situaciones difíciles y necesito pasar más tiempo con mi Señor en el sagrario y me pongo meditar esta cita bíblica: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).
Yo me sentía así, cansado, agobiado, necesitaba su alivio.
Mientras estaba de rodillas lo único que le pedía a Dios era que me ayudara a aceptar su voluntad, que me diera la fe que me faltaba para saber que a pesar de que no estaba feliz con lo que estaba pasando sus planes eran perfectos y al final de mi vida entendería los porqués de todo lo que ahora me lastimaba.
Justo en ese momento, escuchaba a mis espaldas que alguien estaba sollozando. No quise mirar para no molestar, y seguí rezando, ahora también por la persona que estaba atrás de mí.
Al poco rato la joven se acercó y comenzó a platicarme sus penas, era una indígena de la sierra de Hidalgo que vino a estudiar a la universidad con una tía que prometió ayudarle.
Al inicio todo iba muy bien, pero poco a poco la tía comenzó a cambiar de actitud, primero le dijo que ya no podía comer en la mesa con todos, debía esperarse y comer lo que sobraba, luego le quitó su cuarto y la mandó a un pasillo con unas cobijas, tampoco le permitía ver televisión mientras ellos estaban allí, por último le exigió que hiciera todo el quehacer cuando llegara a casa.
La pobre muchacha estaba muy triste, lo que más le dolía es que no la trataban como un miembro de la familia, sus primos se burlaban de que era una indígena y su tío no la consideraba su igual. Sufría infinidad de humillaciones y últimamente pensaba en quitarse la vida.
Mientras ella hablaba, llegaban a mi mente cosas que había escuchado: “Padre, mi suegra no me acepta porque no soy de ciudad”; “Mis papás no me quieren porque no llevo tan buenas calificaciones como mis hermanos”; “En mi familia se burlan de mis hijos porque no tienen ropa de marca”; “Me hacen menos porque no estudié”, “No me aceptan porque mi esposo me dejó”, “No me invitan a fiestas porque piensan que no soy de su clase”,…
La discriminación que sufre esta muchacha es un extremo, pero cuántas veces al interior de nuestras familias, escuela y trabajo discriminamos “discretamente”, con miradas, groserías, burlas… Aunque parece que es un juego inocente las personas sufren, pregúntenme a mí que soy sacerdote y que diariamente escucho el dolor de mucha gente. Las personas viven destrozadas por estas actitudes.
La escuché y le expliqué que nadie tenía el derecho de hacerla sentir mal pues Dios la había creado para ser feliz, le pedí que orara mucho para que el buen Jesús la mirara con ternura y le hiciera darse cuenta de su verdadero valor y nunca más permitiera que ni su familia ni nadie le quitara su felicidad y concentración para alcanzar sus sueños, después le pedí que juntos rezáramos por nosotros, pero también por la conversión de nuestros agresores:
Señor Jesús, te pedimos que nos fortalezcas con tu Santo Espíritu de tal forma que nos proteja contra las ofensas que recibamos y así nada ni nadie nos lastime, nos entristezca o nos quite la alegría.
Te suplicamos también que toques el corazón de todas las personas que intencionalmente o sin darse cuenta humillan, hieren y maltratan a su familia, amigos o conocidos sin darse cuenta del daño que les hacen.
Tú que fuiste humillado y maltratado en la cruz, concédenos la gracia de verte en nuestros hermanos que sufren pequeñas o grandes crucifixiones diariamente y concédeles la gracia de descubrir que es a Ti a quien hieren. Dales tu sabiduría para cambiar la violencia en amor, la discriminación en comprensión, el odio en ternura, la soberbia en humildad y los sarcasmos en sonrisas.
Terminamos de orar y espontáneamente me prometió: “Me comprometo delante de Dios y de usted a creerme la dignidad que me ha dado mi Dios y sobretodo a no lastimar de la misma manera, porque yo también puedo pecar de creerme superior a alguien más”.
Sabias sus palabras. Cuánto deseo que todos hagamos la misma promesa en nombre de Cristo, quién sufrió y murió en manos de personas tan normales como tú y yo, pero que no supieron medir sus palabras y acciones.
Por cierto, sobre el cansancio y agobio que sentía, cuando terminé de hablar con esta muchacha me di cuenta de que gracias a mi buen Jesús, cuyos modos de obrar son maravillosos, salimos los dos muy reconfortados, no pude más que decirle: “Gracias Señor”.
Padre Sergio

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